lunes, 14 de enero de 2013

Una carta sin remitente.

"Decidió abandonar ese banco tan frío como la mañana de aquel lunes caótico. Estaba tan cansada de escuchar siempre a las mismas personas reírse de ella. Por mucho que trataba de ignorar esas palabras, las frases no dejaban de fluir una tras otra, como imágenes fugaces.
No puedes dejar de lado eso que tanto daño te hace, el masoquismo tiene ciertos límites. Ella ya había sobrepasado el límite, se ahogaba por la rabia contenida. Experimentó una sensación horrible, la impotencia más pura al ver que dependía de la opinión del resto de personas hacia ella.
Las risas burlescas continuaron, las críticas se hicieron cada vez más crueles y mientras esa joven llamada Luna se iba sumergiendo en el más profundo dolor. Nadie se podía hacer una idea mínimamente parecida por lo que Luna tuvo que pasar.
Se iba muriendo su espíritu, dejó de creer en los milagros, desconocía lo que era sonreír y todo por unos cuantos ignorantes. Luna no pudo soportar tanta presión y tanta acusación. Y fue así como vio por última vez a su madre, se despidió del cantar de las aves mañaneras, no anheló la luz del sol, pues nunca la tuvo.
Se arrebató la vida, dejó que el agua corriera por la bañera y no volvió a salir de aquel agua hirviendo. Murió. Al igual que sus sueños, no fue cobarde, simplemente este no era su lugar. Una persona que brilla tanto por sí sola merece un lugar mejor, junto a la estrellas. Y así la Luna se hizo Luna, pálida por todo el sufrimiento guardado. Luna no quería salir de su casa para no ser vista, es por eso que todas las noches tras ocultarse el Sol, el vacío que queda lo llena Luna."

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