lunes, 21 de enero de 2013

Olas silenciosas

El mar guarda historias cifradas y para entenderlas solo se necesita sentarse en la arena húmeda y hundir los dedos, dejando que rellenen todos los espacios huecos de tu cuerpo. Nunca encontraréis el silencio, el bramido de las olas que cuentan secretos a su paso, por eso susurran. Las gaviotas excitadas tal vez alarmadas por lo que vieron en un barco pesquero y no debían haber visto.
Arena. Arena que ha sido marcada por diversas personas, cada una con su propia historia y su necesidad de armonía. El agua salada causante del ardor en las heridas, pero buen remedio para cicatrizar escenas pasadas.
No se puede distinguir qué hay en sus profundidades, tal vez el canto ahogado de una sirena, o el anillo de una amada engañada, un tesoro maldito cuya mala suerte hundió hasta el pirata más temido. Ahí abajo hay miedo, también hay normas y la supervivencia no se olvida.
Nosotros, el ser humano somos los monstruos de la superficie cálida, matamos esa belleza acuática. Utilizamos a sus habitantes como saciante del aburrimiento, hacemos que sustituyan su hábitat por una piscina apestada de cloro.
El mar se enfada y ocasiona daños brutales como los tsunamis, olas gigantes libres capaces de arrasar todo a su paso. Somos nosotros los que tememos al mar. Disfrutamos al caminar descalzos por la orilla, o contemplando el vaivén del agua, viendo su intensa gama de colores. Algo tan bello y tan poderoso como para hacerte desaparecer para siempre.
Fiel a lo que ve siempre calla. Al fin y al cabo no deja de ser una enorme bañera con espuma sin fin. Porque lo que pasa en el mar, se queda en el mar; siendo su juez las sirenas de falsa apariencia.

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